"La Voz de los Días", como no, también está de elecciones. Ora Municipales, ora Autonómicas... Si cualquier parecido con la coincidencia es pura realidad, la Alcaldesa, Gundisalvo y cualquier pueblo en un lugar de la Mancha, tienen estos días contados entre sus páginas.
Gundisalvo
se levantó antes de que el gallo cantara. Se dirigió, lento y
pensativo, al bancal en busca del sustento del día. Se sentó en la
roca alisada por los descansos. Fumaría un cigarrillo liado con
parsimonia, para que la lentitud le alargara la mañana. No tenía
intención de bajar al pueblo, no quería ver ni escuchar a nadie.
Bastante tenía hoy con aguantarse a sí mismo. Llevaba días sin
saber qué zozobra le recorría el cuerpo y qué desasosiego la
mente. Sentía como una comezón, un reconcomio que le hacía
sentirse precavido de todos, incluso de él mismo.
La
mujer, con la que se equivocó de plano, lo había abandonado años
atrás. Aunque él decía que fue el tiempo quién puso ausencia a
las caricias y desvarío en las intenciones. Y que, de mutuo acuerdo,
decidieron seguir cada uno con sus manías. Pero no estaba solo.
Hacía tiempo que compartía sus inseguridades con la mejor esposa
que pudo encontrarse en el nuevo camino —según decía a quienes la
presentaba— y que, hasta ahora, le había aguantado sus rebotes
desde aquel abril de sol y lluvias, en el que los caracoles que
habían salido a buscar, cada uno con su afán, les presentaron junto
al hinojo.
Se
había casado de nuevo con la que era la Alcaldesa del pueblo. Ésta,
llevaba días sin subir al monte. Empeños de mayor calado la
retenían en su falda —la del monte— que le hacían ir de acá
para allá, justificando sus olvidos y recalcando sus aciertos;
subida en el aún servible coche de caballos. Gustaba de conservar
las tradiciones. El folklore era una de sus premisas. Cuando ganó
las primeras elecciones municipales, (era reincidente en sus empeños)
prometió al pueblo que ahorraría en dispendios. Por eso evitaba al
erario el gasto derivado del culpable de todo, el petróleo, y
utilizaba la calesa que, desde la segunda República, conservaba bien
lustrada el Consistorio. El jamelgo era otra cosa; si Rocinante
hablara, se vería como espíritu equino vagando sin descanso;
mientras cargaba con el peso de los parabienes en tiempo de disputas.
Las
collejas teñían de verde la huerta de mañana tibia y olorosa.
Gundisalvo, con la espuerta de pleita al hombro, llegó fresco como
una lechuga y rojo como un tomate; pero sintiéndose despejado.
Aunque el reconcome le seguía reconcomiendo por dentro. Dudaba.
Tenía tiempo de sobra para coger la Silene Vulgaris (más conocida
en la huerta manchega, por collejas) en cantidad suficiente para
preparar una suculenta tortilla con huevos de gallina blanca antes de
bajar al pueblo (los de gallina negra los dejaba para mejores
ocasiones). Aunque sabía que se sentiría incómodo, fuera de lugar.
Su enamorada vestía sus intenciones con palabras convincentes. Pero
él solo conocía el lenguaje del campo con léxico de ovejas y
borricos.
Sin
saber cómo se paró a pensar en el asno, especialmente. Sabía que
es un animal doméstico, pacífico y rudo, como él; poseedor de una
gran memoria que le permite orientarse por zonas por las que en algún
momento de su vida recorrió, aunque haga años de ello y que,
además, tiene fama de ser un animal tozudo a la vez que muy cauto.
Tanto, que nunca realizará una acción que intuya peligrosa.
— Sí,
ahora se da cuenta: él es como un asno.
II
La
calesa era tirada sin brío por las calles del pueblo. A izquierdas y
derechas, la Alcaldesa, en plena campaña electoral, esperaba
revalidar su mandato. Lanzaba claveles y pegatinas a la gente a la
vez que panfletos recordatorios de sus logros, que ahora dibujaban
promesas nuevas. Por las callejuelas paralelas, la oposición
lanzaba, a derechas e izquierdas, caramelos y bolígrafos con la cara
del candidato; como si quisiera decir que firmaría un armisticio y
dando a entender, claramente, su deseo de que algo cambiara para que
todo siguiera igual.
En
ambos, rivales y sin embargo amigos, se imponía un deseo común:
conseguir alzarse con el poder. En el caso de la alcaldesa; renovar
el mandato. En el de Indalecio Remolón, candidato opositor por
oposición, alzarse con el logro, por fin, para poder gobernar en su
pueblo; y quitarse así la espinita clavada por lustros de intentos
sin éxito en las Elecciones Municipales. Las que repetidamente
ganaban personajes distintos, pero iguales.
Al
mismo tiempo en la huerta la espuerta rebosaba de collejas.
Gundisalvo masticaba con avidez una brizna de hierba fresca; que
renovaba en su boca el sabor a humo gastado que le había dejado el
tabaco. Tenía que dejar de fumar un día de estos —se repetía—,
mientras el estanco seguía nutriéndose de su vicio, y a los
pulmones se le asfixiaban los alveolos.
Cerro
abajo, arrojando pedradas al vacío, pensaba en qué le pasaba en
realidad. Tenía todo lo que se puede tener para ser feliz, o, al
menos, considerarse menos desgraciado que la media. Una gran mujer le
soportaba, que, además de buena y respetuosa con él, era la
mandamás del pueblo. Aunque de armas tomar, defendía con uñas y
dientes la paz y el diálogo. Tampoco le dolían prendas en jugarse
el tipo para llevar el rebaño (como llamaba a sus votantes) a lugar
seguro y libre. Hasta se batía en duelo de palabras con quién osara
mancillar el nombre de sus gentes. En definitiva; que no tenía
motivos para quejarse pero, erre que erre, se repetía en sus miedos
y desazones. ¿Se estaría volviendo viejo y asustadizo?
III
Los
abrazos arrugaban la camisa de popelín de la Alcaldesa. Los besos,
sin mesura, dejaban surcos de sudor y maquillaje sobado en su rostro.
Las
manos del candidato opositor a la poltrona rozaban los callos y las
asperezas del vecindario; dejándose también sobar, sin pudor, por
los rasurados bigotes de hombres y damiselas de hirsutismo hormonal.
Los
niños eran alzados al aire entre cuchi-cuchis y carantoñas
forzadas.
Los
ancianos eran acompañados, asidos por sus brazos cuajados de años,
con fingida devoción.
Las
mujeres sin edad de procrear, recibían una flor y un abanico para
retirarse el calor rancio de la menopausia, dibujada en sus mejillas
arreboladas.
Los
adolescentes, eran piropeados y alabados como portadores del futuro
asegurado del pueblo.
Los
perros y gatos callejeros percibían ya el aroma fresco de su
alimento, en el albergue prometido.
Las
pancartas, de ondulantes rostros, pendían de las farolas que mecían
sonrisas de caries retocadas.
El
pueblo, en su totalidad, era un bulle-bulle. La Campaña Electoral,
había comenzado.
IV
La
fresca casona de Gundisalvo, estaba siendo oreada por un viento que
entraba por la puerta y salía por la ventana. Como el mensaje de los
libros de auto-ayuda. Como esas voces que nos llegan portadoras de
salvación. —cuando una puerta se cierra, una ventana se abre—
dice el esperanzador propósito de las ilusiones.
El
fogón calentaba la sartén. Se batían los huevos como palmadas de
apoyo y empuje. Las collejas se habían hervido a fuego lento. Como
deben cocinarse las ideas.
La
radio municipal chirriaba con la esperada proclama. Lo que ya se
conocía como el himno del “quítate
tú, pa ponerme yo”;
que había sido ensalzado tantas veces a lo largo de los años de
elecciones, ora generales, ora municipales, ora autonómicas, ora
europeas —en
el país recuperado del dictatorial silencio—,
sonaba, estridente, entre vítores. Amén del palabrerío
propagandístico de buenas y mejores consecuencias; si se derribaba a
uno para apoltronar a otro…Y el más de lo mismo.
Gunsidalvo
cortó con la navaja un trozo dorado y verde, llevándose a la boca
un suculento bocado de tortilla con collejas. El vino del porrón
—tinto y con cuerpo—, le suavizó el gaznate calentándole la
duda. Aunque pronto se le disipó: no bajaría al pueblo en plena
campaña electoral, bajo ningún concepto. Cuando bien entrada la
noche, su mujer, Alcaldesa y exhausta, llegara a la casona; después
de varios días quedándose en el pueblo, en la antigua morada de sus
mayores, se lo diría con firme convicción.
Mientras
degustaba el café de aroma y textura arábiga, que compró en el
Comercio Justo, se reafirmaba en su decisión: No y no. Él podía
ser como un asno, pero no era un borrico (seguía identificándose
con el jumento). Conocía bien la leyenda que dice que el asno puede
morirse de sed por negarse a beber de aguas que no fueran
suficientemente limpias para ellos, y, aunque ella, como mujer fuera
legal a carta cabal, no pasaría por ahí. Él estaba ajeno a todo lo
que es lucha encarnizada por el poder; o, como en el caso de la
Alcaldesa, por dejarse la piel, según había demostrado en sus
anteriores años de mandato por el querer hacer; otra cosa es que lo
consiguiera, pudiendo. Así que, no iría con ella a ningún sitio
¡Faltaría más¡
V
Gundisalvo
se había dormido con el cansancio arrastrándose en las sábanas…
El olor a sexo postergado... La caricia suspendida por la causa...
Cuando
el gallo saludaba a la mañana, ella, segura y tierna, entró en el
dormitorio y le mojó la oreja de saliva mitinera.
—Gundi,
cielo, prepárate para acompañarme hoy en la jornada. Ponte el traje
de los domingos. Aféitate y corta esas greñas. Te he traído una
camisa preciosa. Los gemelos son los de la boda…bueno, aquellos
que les compré a mi ex, para el día de marras; ya me entiendes. No
los vayas a confundir con aquellos tuyos; es que estos son de oro
macizo, e irán bien con la ocasión. La corbata es la que te regaló
mi madre. Los zapatos, los que no llevan cordoneras; que luego se te
desatan por el camino y vas dando tropezones… ¡Ah! y lo más
importante, perfúmate bien. Hoy serás tan besado, que no echarás
de menos mis besos a punto de caducar. Viene al mitin el Presidente
de la Comunidad de Encuentros y Desavenencias. El Delegado de
Necesidades y Menesteres Aparcados. La Presidenta de Unidos contra el
Despendole para Llevarnos lo que Podamos... En fin, nos toca un día
muy ajetreado. Tenemos que ir a varios sitios a la vez; tratar de
convencer y no acabar locos de tanto fingimiento...
Él,
marido de Alcaldesa y hombre resignado, al cerrar la puerta de su
casa y abrir la del coche de su propiedad, el que aparcaría en el
lugar reservado a las autoridades, para subir a la calesa de enjuto
jamelgo, por causa ahorrativa de petróleo y despilfarro,
—algo
que sabía gustaba sobremanera a los vecinos del pueblo, como
representación de austeridad ante la crisis—;
lo seguía teniendo claro... Esto no era lo suyo... Pero trataría de
aguantar el tipo.
VI
El
griterío le inundó de lisonjas entre vítores y aplausos. ¡¡Vota
a Gundisalvo, Gundisalvo, Alcalde, ra,ra,ra, Gundisalvo, Alcalde,
Alcalde, y nadie más!!
Un
hilillo de baba y satisfacción resbalaba por las comisuras de los
entreabiertos labios del recién elegido edil. La sonrisa de triunfo
se dibujaba en su bronceado rostro de ribazo y era recién segada.
Él sería de nuevo el Alcalde del pueblo, con mayoría absoluta.
Había derribado a su rival. Una vez más…
Le
despertó el codazo dado por la candidata cuando la calesa llegaba
frente al escenario adornado de rosas rojas y banderolas, donde ella
se haría, orgullosa, con la palabra, en un afán de ganar, de nuevo,
las Elecciones Municipales.