Bienvenido/a. Has abierto una puerta a un mundo mágico. La Voz de los Días tiene la facilidad de convertir la cotidianidad en sueños posibles, de hacernos ser lo que siempre hemos querido ser; volar con la libertad de un pájaro, dejar que la imaginación nos lleve a aquellos lugares que nuestro cuerpo no se atreve, o a veces no puede... En definitiva, ser nosotros. Leerme - me permito lector/a ser osada-, será para ti la prueba de que la Palabra consigue, y en este rincón especial al que has llegado, que poco a poco te quedes atrapad/a y no quieras seguir dando vueltas en busca de lo que ya has encontrado... En este libro cualquier sensación se parecerá más a un sueño que a una posibilidad. Ponte cómodo/a... Y si quieres conseguirlo, tus deseos son órdenes.
Olvido, la mujer que ha caído en las garras del Alzhéimer, consigue sonreír gracias a María, su nieta, y a su marido que vuelve a cantarle aquella canción que tanto disfrutaran de jóvenes. La Sonrisa de Olvido es un relato contenido en este libro que me está dando muchas sorpresas agradables y las alegrías necesarias para ir buscándole un hermanito. Este año ha sido escenificado, mediante un microteatro, en la VIII Gala a beneficio de AFA Tobarra. Dejo algunas magníficas fotos de Elena Lisón y el video que Jorge grabó esa maravillosa tarde del 23 de enero. Agradezco infinitamente la colaboración de María Valcárcel, Sara López, Antonia Jiménez y Juan García que hicieron posible que la vida narrada de Olvido fuera mucho más que un relato. Al final de las imágenes, el relato tal y como se contiene en el libro "La Voz de los Días"
LA
SONRISA DE OLVIDO.
—¡Eh, tú, para¡
A mi espalda sonó la
voz de una niña. El anciano, cogido de
su mano, disculpó a la pequeña.
— ¡Dime¡ ¿Qué
quieres, guapa?
—Tú eres la que
escribes cuentos sobre mi abuela Olvido, pero haces llorar a mis papás y a mis
tetes. Mi yayo dice que eres muy tierna, pero se pone triste cuando va a ver a los cantantes a la fiesta esa tan
chula que hacéis para ayudar a los enfermos. ¿Podrías contar cosas alegres de
mi yaya?
Se me hizo un nudo en
la garganta. El hombre sacó tembloroso el pañuelo del bolsillo. Los ojos,
azules y tristes, dibujaban el asombro de haber sido tocado, aún más, en su
corazón sensible.
— ¿Sabes, llevas
razón? Olvido es ahora una mujer de sonrisa apagada. Pero no hay nada que la
magia de las palabras, y una mirada de amor, no puedan lograr. ¿Le hacemos los
tres pasar un rato alegre?
—¡Vale, qué bien¡
Ahora la abuela podrá divertirse con nosotros. Ella siempre me contaba cuentos
y que, cuando era pequeña, tenía una muñeca de trapo a la que le hacía
trajecitos y trenzas de lana. Jugaba en
la calle con un carrito de cartón. Y hacía comiditas en un bote que brillaba
con el sol. Cuando creció, conoció a un chico guapo, muy bueno... ¡Ahora es mi
abuelo, que lo sepas¡... Cuando se casaron, fueron de viaje de novios a segar
el trigo... Allí, bajo el sol, se besaban mucho.
Los ojos del hombre
bueno se humedecían, -pese a que era eso lo que tratábamos de evitar.
La niña me llevó hasta el kiosco del parque. Una
cometa con forma de paloma, revoloteaba atada con cintas multicolores. La
compramos. También algodón dulce y unos caramelos de café con leche.
Olvido nos vio
llegar, sentada frente al templete de la música. Su marido la abrazó y le puso
en la boca un beso de azúcar. En sus manos volaba la paloma de papel. Los
caramelos se colaron por los bolsillos de la bata de una mujer a la que le
brillaban los ojos. Sonreía. Él me contaba que, siendo unos críos, se hicieron novios. Correteaban
por el Cerro del Reloj, volando una cometa. El primer beso, robado, sabía a
caramelos de café con leche.
Durante un largo rato
observamos como Olvido nos devolvía sonrisas cada vez que hablábamos de
aquellos tiempos en que, juntos, se enamoraban de la vida. Comprobamos que,
pese al tiempo y la memoria olvidada, el corazón siempre puede sonreír, al
recibir una caricia.
Me despedí de los
tres. La pequeña, alzándose, me dio un
sonoro beso en la mejilla. En la mano me puso un arrugado papel que había
garabateado mientras miraba todo con interés.
—Muchas gracias por
haber hecho reír a mi abu. Yo también le voy a hacer un cuento para que se
acuerde de cuando mi mamá era pequeñica y ella le hacía palomitas de maíz, que
saltaban de la sartén y volaban, como la de la cometa... Yo también dibujo
Palomas Blancas en el cole. Dice mi seño que son para que tengamos Paz...
Pues eso...
Se despide, esta que
lo es: Carmelilla.
Me solté de la mano
menuda y firme. Fui alejándome con gran esfuerzo para no llorar de alegría al
llevar conmigo la ternura que nunca querría olvidar.