Escribo rodeada de gatos durmientes. El hombre de
la casa también parece un gato, porque duerme. Yo, merodeo entre las
fotografías que fueron testigo de algunos días a las que quiero
cambiarles una fecha impresa para que no me muestren lo rápido que pasan los
años. Como si en la vida fuera tan fácil borrar todo lo que pasó en todas las
fechas en las que se han inmortalizado en nosotros el tiempo, los años y los
acontecimientos.
Es noviembre. La calle aún no se atreve a ser del
otoño. O el otoño de la calle, porque a
veces si importa el orden de los factores.
Me temo que tengo que escribir, de
nuevo, de lo que no me gusta. Pero es lo que tiene haberse erigido en la Voz de
los Días. Si fuera a escribir uno de mis relatos en prosa poética, la carga de
la prueba la pondría la lírica y siempre quedaría la duda de si cualquier
parecido con la coincidencia es pura realidad… porque yo prefiero darle una
vuelta a lo cotidiano y ya nunca digo que cualquier parecido con la realidad,
es pura coincidencia. Y nada es casualidad.
El sol tenue nos recuerda que ya no es primavera,
pero este otoño se niega a traer lluvia, aunque no evita demasiados llantos. Y
da igual la estación del año en que nos encontremos, porque la realidad de la
calle es nefasta y deja traspasar un frío aterrador bajo la calidez de los
tejados.
Siento asco. Un hilo amargo me atraviesa la
garganta. Con el reloj despertador, las noticias me llenan la mañana de
injusticia. Al sentarme a la mesa, entre el ruido de las cucharas, siempre se
cuela el lamento de la calle y el postre se degrada con el sabor salino de
alguna lágrima que se me escapa,
avergonzada. En la noche me pellizca el pan el reparto de la tragedia y me
obliga a una digestión lenta que me hace
regurgitar más asco, todavía.
El solo hecho de escuchar la palabra “manada” y
ver las patéticas fotos de barrigas tatuadas, calzoncillos que dejan clara la
marca indeleble de la vergüenza con la que marcan a sus víctimas, y unos
rostros pixelados como si fueran los de unos niños inocentes, me incrementa el
asco, mucho asco, sin remedio.
Feo papelón el de los abogados que en su minuta va
el precio de la violación (aún hay que decir presunta) quíntuple. Y no puedo ni imaginar qué puede sentir una mujer que, pese a sus 18 años, para muchos aspectos
de su vida aún pudiera sentirse niña y le hacen que sientan como una losa,
ajada sobre su piel, sus pocos años. Y no quiero ni imaginar, por lo que tiene
que pasar un día, una noche, una mujer aunque no se sintiera niña, que sale a
vivir la vida y acaba sentada en un banco de la justicia teniendo que demostrar
que bebida o no, con minifalda o no, con ganas de sexo o no… cinco presuntos violadores no tenían derecho
ni siquiera a rozarla con el pañuelo que llevaban al cuello, sobre todo, porque
si el argumentado “iba borracha” “no se opuso” “cerró los ojos” “fue consentido”
tuviera el más mínimo indicio de
posibilidad, ni siquiera por esas “debilidades” cinco presuntos violadores
tienen perdón.
Una mujer cierra los ojos también para no ver lo
que hace daño a la vista.
Una mujer bebe simplemente porque quiere. Yo
bebo. Tú bebes. Ella bebe. Nosotras bebemos. Vosotras bebéis… Y aún bebidas, no
vamos violando en grupo por los portales de ninguna Comunidad de Vecinos. A lo
sumo, hemos entrado a los portales de la mano de aquel deseo a hacer el amor o simplemente
disfrutar del placer que provocan la juventud de las hormonas. Hemos escondido a
un chico debajo de alguna cama, cuando la madre entraba a nuestra habitación a
dejarnos la ropa limpia. Hemos disfrutado en los reservados de aquellas
discotecas que ya no existen. Nos hemos emborrachado cuando el alcohol ha hecho
algo más que limpiarnos la herida de tantas caídas… Y ni siquiera enseñando las
bragas por lo corta que nos hemos puesto la falda, llevamos colgado el letrero
de “Soy fácil. Busco que me folles. Viólame”
Y a veces no podemos oponernos por miedo a lo que
vendrá después.
Y a veces no podemos dejar de consentir, porque en no hacerlo se
han perdido, se pierden, cada día, demasiadas vidas. Y aquél día pudo ser la de ella, si ofrecía resistencia,
ante la fuerza de cinco hombres cinco, que la embestían como toros miuras; con
perdón de la raza en la comparación.
Y es violación cuando no se da permiso para gozar.
Yo si la creo. Yo apuesto porque la Justicia lo
sea. Yo si espero que un día ser Mujer no nos haga perecer en el empeño.