Sonó el timbre de la puerta. Se ruborizó a la vez que el nerviosismo por el encuentro le aceleraba el corazón tierno. Por fin, después de mucho tiempo, iba a celebrar San Valentín. Se había enamorado y él acudía, por primera vez, a su cita de la noche; para que el día no se perdiera entre el deseo amurallado de sus muslos.
Se habían conocido unos meses antes. Y, sin red, se tiró al vacío de sus ganas. Ahora, aprovechando el 14 de febrero, sabía que había llegado el momento de que el deseo, tanto tiempo contenido, fluyera en éxtasis teresiano; cubriendo de espasmos y ruidos quedos las paredes de su alcoba.
Creía que, por muchos rezos que destinara una vez que San Amor la poseyera, siempre serían pocos para agradecérselo al Santo.
Mientras se dirigía a abrir, recordó que la mejor botella de vino tinto aguardaba el descorche para el momento de saborear los besos. Las flores, colocadas estratégicamente, enmarcarían el salón cuando él atravesara el dintel y la abrazara macerando su piel. La romántica velada prometía sexo y amor, después de degustar las cocochas de merluza.
A Georgina, se le quedó la boca abierta y la lengua entre los dientes.
El repartidor le extendió, entre un saludo mascullado y sucio, la hoja arrugada y rosa donde debía firmar el recibí. Cuando la caja, anudada de rojo carmesí, dio paso al regalo del día de los enamorados, las croquetas de gato saltaron esparcidas por el salón.
La nota, perfumada y caligrafiada con gusto, decía:
Queridísimas gatas:
Con todo mi amor, deseo y esperanza de un futuro juntos. Nunca olvido lo hermosas que sois. La belleza de vuestros ojos y el suave ronroneo que ha colmado mis vacías noches y llenado los días de recuerdos, desde que os conocí, en casa de ella. Os extraño. Me gustaría, en estos momentos, acunaros a las dos, en mi regazo.
Que, San Valegatín, sea, por siempre, el que vele por vuestros maullidos. Espero que vuestra ama, Georgina, os trate con todo el amor que yo os tengo. Os envío, además de las croquetitas de salmón, pollo y verduras, una réplica del cuadro que, un amigo japonés, pintó sobre el santo de los enamorados gatos, para vosotras.
Siempre vuestro.
Jenaro.
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