Salón de palabras

Bienvenido/a. Has abierto una puerta a un mundo mágico. La Voz de los Días tiene la facilidad de convertir la cotidianidad en sueños posibles, de hacernos ser lo que siempre hemos querido ser; volar con la libertad de un pájaro, dejar que la imaginación nos lleve a aquellos lugares que nuestro cuerpo no se atreve, o a veces no puede... En definitiva, ser nosotros. Leerme - me permito lector/a ser osada-, será para ti la prueba de que la Palabra consigue, y en este rincón especial al que has llegado, que poco a poco te quedes atrapad/a y no quieras seguir dando vueltas en busca de lo que ya has encontrado... En este libro cualquier sensación se parecerá más a un sueño que a una posibilidad. Ponte cómodo/a... Y si quieres conseguirlo, tus deseos son órdenes.


jueves, 14 de mayo de 2015

QUÍTATE TÚ "PA" PONERME YO... Elecciones Municipales.


"La Voz de los Días", como no, también está de elecciones. Ora Municipales, ora Autonómicas... Si cualquier parecido con la coincidencia es pura realidad, la Alcaldesa, Gundisalvo y cualquier pueblo en un lugar de la Mancha, tienen estos días contados entre sus páginas.

Gundisalvo se levantó antes de que el gallo cantara. Se dirigió, lento y pensativo, al bancal en busca del sustento del día. Se sentó en la roca alisada por los descansos. Fumaría un cigarrillo liado con parsimonia, para que la lentitud le alargara la mañana. No tenía intención de bajar al pueblo, no quería ver ni escuchar a nadie. Bastante tenía hoy con aguantarse a sí mismo. Llevaba días sin saber qué zozobra le recorría el cuerpo y qué desasosiego la mente. Sentía como una comezón, un reconcomio que le hacía sentirse precavido de todos, incluso de él mismo.
La mujer, con la que se equivocó de plano, lo había abandonado años atrás. Aunque él decía que fue el tiempo quién puso ausencia a las caricias y desvarío en las intenciones. Y que, de mutuo acuerdo, decidieron seguir cada uno con sus manías. Pero no estaba solo. Hacía tiempo que compartía sus inseguridades con la mejor esposa que pudo encontrarse en el nuevo camino —según decía a quienes la presentaba— y que, hasta ahora, le había aguantado sus rebotes desde aquel abril de sol y lluvias, en el que los caracoles que habían salido a buscar, cada uno con su afán, les presentaron junto al hinojo.
Se había casado de nuevo con la que era la Alcaldesa del pueblo. Ésta, llevaba días sin subir al monte. Empeños de mayor calado la retenían en su falda —la del monte— que le hacían ir de acá para allá, justificando sus olvidos y recalcando sus aciertos; subida en el aún servible coche de caballos. Gustaba de conservar las tradiciones. El folklore era una de sus premisas. Cuando ganó las primeras elecciones municipales, (era reincidente en sus empeños) prometió al pueblo que ahorraría en dispendios. Por eso evitaba al erario el gasto derivado del culpable de todo, el petróleo, y utilizaba la calesa que, desde la segunda República, conservaba bien lustrada el Consistorio. El jamelgo era otra cosa; si Rocinante hablara, se vería como espíritu equino vagando sin descanso; mientras cargaba con el peso de los parabienes en tiempo de disputas.
Las collejas teñían de verde la huerta de mañana tibia y olorosa. Gundisalvo, con la espuerta de pleita al hombro, llegó fresco como una lechuga y rojo como un tomate; pero sintiéndose despejado. Aunque el reconcome le seguía reconcomiendo por dentro. Dudaba. Tenía tiempo de sobra para coger la Silene Vulgaris (más conocida en la huerta manchega, por collejas) en cantidad suficiente para preparar una suculenta tortilla con huevos de gallina blanca antes de bajar al pueblo (los de gallina negra los dejaba para mejores ocasiones). Aunque sabía que se sentiría incómodo, fuera de lugar. Su enamorada vestía sus intenciones con palabras convincentes. Pero él solo conocía el lenguaje del campo con léxico de ovejas y borricos.
Sin saber cómo se paró a pensar en el asno, especialmente. Sabía que es un animal doméstico, pacífico y rudo, como él; poseedor de una gran memoria que le permite orientarse por zonas por las que en algún momento de su vida recorrió, aunque haga años de ello y que, además, tiene fama de ser un animal tozudo a la vez que muy cauto. Tanto, que nunca realizará una acción que intuya peligrosa.
Sí, ahora se da cuenta: él es como un asno.

II

La calesa era tirada sin brío por las calles del pueblo. A izquierdas y derechas, la Alcaldesa, en plena campaña electoral, esperaba revalidar su mandato. Lanzaba claveles y pegatinas a la gente a la vez que panfletos recordatorios de sus logros, que ahora dibujaban promesas nuevas. Por las callejuelas paralelas, la oposición lanzaba, a derechas e izquierdas, caramelos y bolígrafos con la cara del candidato; como si quisiera decir que firmaría un armisticio y dando a entender, claramente, su deseo de que algo cambiara para que todo siguiera igual.
En ambos, rivales y sin embargo amigos, se imponía un deseo común: conseguir alzarse con el poder. En el caso de la alcaldesa; renovar el mandato. En el de Indalecio Remolón, candidato opositor por oposición, alzarse con el logro, por fin, para poder gobernar en su pueblo; y quitarse así la espinita clavada por lustros de intentos sin éxito en las Elecciones Municipales. Las que repetidamente ganaban personajes distintos, pero iguales.
Al mismo tiempo en la huerta la espuerta rebosaba de collejas. Gundisalvo masticaba con avidez una brizna de hierba fresca; que renovaba en su boca el sabor a humo gastado que le había dejado el tabaco. Tenía que dejar de fumar un día de estos —se repetía—, mientras el estanco seguía nutriéndose de su vicio, y a los pulmones se le asfixiaban los alveolos.
Cerro abajo, arrojando pedradas al vacío, pensaba en qué le pasaba en realidad. Tenía todo lo que se puede tener para ser feliz, o, al menos, considerarse menos desgraciado que la media. Una gran mujer le soportaba, que, además de buena y respetuosa con él, era la mandamás del pueblo. Aunque de armas tomar, defendía con uñas y dientes la paz y el diálogo. Tampoco le dolían prendas en jugarse el tipo para llevar el rebaño (como llamaba a sus votantes) a lugar seguro y libre. Hasta se batía en duelo de palabras con quién osara mancillar el nombre de sus gentes. En definitiva; que no tenía motivos para quejarse pero, erre que erre, se repetía en sus miedos y desazones. ¿Se estaría volviendo viejo y asustadizo?

III

Los abrazos arrugaban la camisa de popelín de la Alcaldesa. Los besos, sin mesura, dejaban surcos de sudor y maquillaje sobado en su rostro.
Las manos del candidato opositor a la poltrona rozaban los callos y las asperezas del vecindario; dejándose también sobar, sin pudor, por los rasurados bigotes de hombres y damiselas de hirsutismo hormonal.
Los niños eran alzados al aire entre cuchi-cuchis y carantoñas forzadas.
Los ancianos eran acompañados, asidos por sus brazos cuajados de años, con fingida devoción.
Las mujeres sin edad de procrear, recibían una flor y un abanico para retirarse el calor rancio de la menopausia, dibujada en sus mejillas arreboladas.
Los adolescentes, eran piropeados y alabados como portadores del futuro asegurado del pueblo.
Los perros y gatos callejeros percibían ya el aroma fresco de su alimento, en el albergue prometido.
Las pancartas, de ondulantes rostros, pendían de las farolas que mecían sonrisas de caries retocadas.
El pueblo, en su totalidad, era un bulle-bulle. La Campaña Electoral, había comenzado.

IV

La fresca casona de Gundisalvo, estaba siendo oreada por un viento que entraba por la puerta y salía por la ventana. Como el mensaje de los libros de auto-ayuda. Como esas voces que nos llegan portadoras de salvación. —cuando una puerta se cierra, una ventana se abre— dice el esperanzador propósito de las ilusiones.
El fogón calentaba la sartén. Se batían los huevos como palmadas de apoyo y empuje. Las collejas se habían hervido a fuego lento. Como deben cocinarse las ideas.
La radio municipal chirriaba con la esperada proclama. Lo que ya se conocía como el himno del “quítate tú, pa ponerme yo”; que había sido ensalzado tantas veces a lo largo de los años de elecciones, ora generales, ora municipales, ora autonómicas, ora europeas en el país recuperado del dictatorial silencio, sonaba, estridente, entre vítores. Amén del palabrerío propagandístico de buenas y mejores consecuencias; si se derribaba a uno para apoltronar a otro…Y el más de lo mismo.
Gunsidalvo cortó con la navaja un trozo dorado y verde, llevándose a la boca un suculento bocado de tortilla con collejas. El vino del porrón —tinto y con cuerpo—, le suavizó el gaznate calentándole la duda. Aunque pronto se le disipó: no bajaría al pueblo en plena campaña electoral, bajo ningún concepto. Cuando bien entrada la noche, su mujer, Alcaldesa y exhausta, llegara a la casona; después de varios días quedándose en el pueblo, en la antigua morada de sus mayores, se lo diría con firme convicción.
Mientras degustaba el café de aroma y textura arábiga, que compró en el Comercio Justo, se reafirmaba en su decisión: No y no. Él podía ser como un asno, pero no era un borrico (seguía identificándose con el jumento). Conocía bien la leyenda que dice que el asno puede morirse de sed por negarse a beber de aguas que no fueran suficientemente limpias para ellos, y, aunque ella, como mujer fuera legal a carta cabal, no pasaría por ahí. Él estaba ajeno a todo lo que es lucha encarnizada por el poder; o, como en el caso de la Alcaldesa, por dejarse la piel, según había demostrado en sus anteriores años de mandato por el querer hacer; otra cosa es que lo consiguiera, pudiendo. Así que, no iría con ella a ningún sitio ¡Faltaría más¡

V

Gundisalvo se había dormido con el cansancio arrastrándose en las sábanas… El olor a sexo postergado... La caricia suspendida por la causa...
Cuando el gallo saludaba a la mañana, ella, segura y tierna, entró en el dormitorio y le mojó la oreja de saliva mitinera.
Gundi, cielo, prepárate para acompañarme hoy en la jornada. Ponte el traje de los domingos. Aféitate y corta esas greñas. Te he traído una camisa preciosa. Los gemelos son los de la boda…bueno, aquellos que les compré a mi ex, para el día de marras; ya me entiendes. No los vayas a confundir con aquellos tuyos; es que estos son de oro macizo, e irán bien con la ocasión. La corbata es la que te regaló mi madre. Los zapatos, los que no llevan cordoneras; que luego se te desatan por el camino y vas dando tropezones… ¡Ah! y lo más importante, perfúmate bien. Hoy serás tan besado, que no echarás de menos mis besos a punto de caducar. Viene al mitin el Presidente de la Comunidad de Encuentros y Desavenencias. El Delegado de Necesidades y Menesteres Aparcados. La Presidenta de Unidos contra el Despendole para Llevarnos lo que Podamos... En fin, nos toca un día muy ajetreado. Tenemos que ir a varios sitios a la vez; tratar de convencer y no acabar locos de tanto fingimiento...
Él, marido de Alcaldesa y hombre resignado, al cerrar la puerta de su casa y abrir la del coche de su propiedad, el que aparcaría en el lugar reservado a las autoridades, para subir a la calesa de enjuto jamelgo, por causa ahorrativa de petróleo y despilfarro,algo que sabía gustaba sobremanera a los vecinos del pueblo, como representación de austeridad ante la crisis; lo seguía teniendo claro... Esto no era lo suyo... Pero trataría de aguantar el tipo.

VI

El griterío le inundó de lisonjas entre vítores y aplausos. ¡¡Vota a Gundisalvo, Gundisalvo, Alcalde, ra,ra,ra, Gundisalvo, Alcalde, Alcalde, y nadie más!!
Un hilillo de baba y satisfacción resbalaba por las comisuras de los entreabiertos labios del recién elegido edil. La sonrisa de triunfo se dibujaba en su bronceado rostro de ribazo y era recién segada. Él sería de nuevo el Alcalde del pueblo, con mayoría absoluta. Había derribado a su rival. Una vez más…

Le despertó el codazo dado por la candidata cuando la calesa llegaba frente al escenario adornado de rosas rojas y banderolas, donde ella se haría, orgullosa, con la palabra, en un afán de ganar, de nuevo, las Elecciones Municipales.

No hay comentarios:

Publicar un comentario