Diecinueve de diciembre estuve en un recital en el Convento de Las Claras de Villarrobledo.. Se trataba de contar sobre la Navidad, Poesía, relato, cuentos o historias de otros. Yo decidí hablar de mí, de por qué no me gusta la Navidad, de por qué las cosas nos marcan, de por vida... Hablar es en mí, poner Voz a los Días; escribir la vida con sus luces y sombras, contar, para seguir viviendo, incluso de los recuerdos.
CARBÓN DE AZÚCAR
Se encogió de hombros. Ella sabía que esos días, precisamente, eran en los que menos alegría había en la casa, porque faltaba su marido, que aunque hombre tosco y maltratador, en aquellas vidas era ayuda en el sustento en tiempos de penuria.En diciembre nunca estaba la hija, también madre, siempre ausente por imperativo de la necesidad; salvo en el mes que era de vacaciones y encuentro, algún abrazo y ninguna conversación concluyente que cambiara lo que ya estaba dicho en las cartas recibidas durante el año.
Los días navideños, por tanto, solo me
gustaban cuando se acercaba el final de todo aquello, especialmente el último
día en el que los vecinos se preparaban doce granos de uva que esperaban les
trajeran suerte, aunque a veces se les atragantaban, para acto seguido afanarse
en un baile de ritual y besos de sudoración compartida, en las casas en las que
el anís del mono y las toñas rebosantes de nueces y almendras, eran el colofón
gastronómico a sus delirios momentáneos.
Mientras tanto, la abuela y yo, solas,
nos abrazábamos en aquella cama de matrimonio desgastado, para despedir el año
al calor del corazón, haciendo planes para la llegada del seis de enero, porque
eso ya era más cosa de niños y la felicidad se iba acercando en camellos
porteadores de alegría.
Era mi momento más esperado, porque en
la casa no había para turrón ni fruta escarchada, pero la ilusión en forma de
juguete y carbón de azúcar, porque la rebeldía también se agasajaba, no se me
escatimaba en casa de la abuela.
Hasta
hoy, el tiempo no ha conseguido eludir a las ausencias, porque en la penumbra
de todos los diciembres, las luces navideñas parpadean como estrellas lejanas
que no alcanzan a calentar el corazón, pero en ese vacío aparente, la memoria
teje un tapiz de momentos, y en las Noches Buenas, que a veces han sido buenas
noches, el Espíritu de la Navidad se sienta a la mesa y ocupa sillas vacías. Es
entonces, cuando los seres queridos salen de la cocina cantando villancicos que
se convierten en susurros del alma, porque la verdadera magia de estas fiestas
reside en la capacidad de sentir cerca lo lejano y de hacer presente lo
ausente, en el calor de los recuerdos.
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