JUGUETES
ROTOS
Dedicado al niño
Aylán Kurdi,
que no pudo
jugar en ninguna playa.
Y a todos los niños que no crecieron.
Jugaba en la playa con un cubo de plástico y la
mirada inocente sobre la arena. De pronto lo vi. Allí, mecido por las aguas, se
acercaba. Como la niña que era lloré ante un muñeco que no tenía corazón, pero
cuyos ojos se clavaron en mí con la última mirada de juguete que le
quedaba. Tuve miedo y lo dejé. Corrí hacia mi madre que dormitaba al sopor de
la tarde y, atemorizada, me hice un ovillo a sus pies, sobre la toalla.
De pronto todo se llenó con ruidos en un ir y venir de gritos y tristezas. Sobre el bramado del mar llegaban muchos muñecos. El que me pareció el muñeco más bonito de todos, estaba solo. Aún llevaba la ropa intacta y los zapatitos nuevos. El agua bañaba su cabeza y tenía sal en los párpados quietos. En sus manos, vueltas al sol, quedaban restos de un sueño mojado. Nanas de océano sobre su pelo negro.
Aquel día hizo muescas en mi
corazón. Los muñecos, juguetes rotos sobre las aguas, eran niños huidos en pateras
frágiles hacia ninguna libertad.
Llegarán tiempos nuevos, pero nada cambiará en los duelos encallados.
En los porqué quedará flotando el vacío que se
volverá olvido.
Aquella otra guerra diseñada, con la excusa de conseguir la paz, devolvió, como tantas veces, soldados heridos a las ruinas, pero ellos ya no salieron a recibirles. Les robaron la infancia en un lecho de naufragio.
creyeron
soñar con sirenas,
cuando les
envolvió un rumor de caracolas,
y la luz les
cegó por completo.
Para
formar parte de este maravilloso libro que ha resultado, en el que se alude a
la Agenda 2030, Esfera Personas, había que escribir sobre la INFANCIA, Pero, permítanme que, en el caso de mi relato, me
refiera a la otra esfera de importancia crítica para la Humanidad y el Planeta,
como es la Esfera PAZ, porque son los
pueblos y la humanidad, quienes sufren las aniquilaciones propiciadas por toda
guerra.
Cuando
escribí el relato “Juguetes rotos”, lo hice desde una realidad que me impactó y
seguro que recordáis. La imagen del niño sirio que parecía dormir en la arena.
Pero el mar no lo llevó a tierra libre, sino recién ahogado, a una playa de
Turquía. Él y su familia huían de una guerra más de tantas. Solo sobrevivió el
padre.
Escribir
sobre la vida cuando es dura, no es
fácil, porque es sentir dos veces. Una, cuando conoces una situación real, que
impacta y se narra tal cual, o cuando se ficciona, porque en realidad no es un
mero invento de la mente, sino la recreación de una tragedia.
Desde
la imagen, tan dura, del niño Aylán Kurdi que dio la vuelta al mundo, han
pasado 8 años, pero el relato es recuerdo por el que pasa una vida. En la
narrativa no importa el tiempo, porque éste se adapta a la historia que, en
este caso, poco o nada cambia, porque la realidad perdura en los humanos que
deciden, con su odio e intereses, sobre la vida inocente, cercenada, también de
la infancia.
Hace
ya un año del comienzo de otra guerra. Y no importan tanto, que también, los
países que la libran, sino lo terrible de quienes miran para otro lado,
cualquiera que sea el interés que prime… Los mandatarios deberían evitar las
guerras, no alimentarlas.
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