Aurora se mecía entre algodones reflejando
su cara la luz que le regalaba la Luna, vestida de noche y plata. Sus ojos,
negros y brillantes, ponían una caricia sonriente en la madre que,
embelesada, depositaba su caricia en el rostro de rasgos inesperados.
María, cuando amamantó por vez primera al
regalo de la Vida, agradeció la vida que se gestó en sus
entrañas y percibió, más allá del nexo de unión de madre-hija, el amor
por encima de la diferencia. Down, suena a Don. Un don llamado Aurora.
Menuda en la grandeza. Diferente en la igualdad. Se repetía María mientras su hija
dormía en la inocencia.
Balanceando al sueño, pensaba qué pasaría
mientras Aurora creciera en su jardín inmenso en el que habría que podar rosas con espinas; abonar y regar los frutos
sembrados, para que crecieran sin abrojos, ni se torcieran los caminos
dispuestos para que por ellos transitara su alma.
La madre miraba al cielo. La Luna seguía
clara y vigilante, y se acurrucó en el porche, quedándose dormida.
Aurora, era una mujer fuerte y bella.
Soñaba María.
La calle arrastraba las huellas cansadas
de caras que reflejaban el hastío del tiempo impreciso, junto a la inseguridad,
que marcaba un rictus de amargura en los paseantes a ninguna parte. Pero Aurora
caminaba segura, confiada. De su mano colgaba la bolsa de la responsabilidad.
Su faz dibujaba la sonrisa de quién es tan diferente, como igual; pero donde no
anida la incertidumbre. Cuando llegó a su trabajo, allí era una más. Como
siempre fue. Nadie escudriñaba en su rostro si en su Don llamado Down, porque
era la mujer que pudo, pese al esfuerzo, hacerse un hueco en el mundo sembrado
de dudas.
María, abrió los ojos y lo supo. Su hija
sería la fuerza y la constancia. El avance y la igualdad.
Juntas lo lograrían.
Cuando se acercó a la cuna, Aurora le
regaló su sonrisa de complicidad.
LA VOZ DE LOS DÍAS,
El Libro es, ese paseo por la calle y el calendario, una incursión en las vidas y tantas circunstancias. Por eso también tiene un relato para esos seres tan distintos pero iguales, en la ilusión y el corazón.
Acabo de leer a una madre que ha dado una lección de respeto, humildad, humanidad y amor en su respuesta a un (solo lo llamaré impresentable, por no manchar la voz de inmundicias) que se ha mofado en las redes llamando a su hijo, con síndrome de Down, "feo". Y esto no es sino una pincelada más en el inmenso y desproporcionado cuadro que pinta cada día la calle en las peores intenciones de quienes sin razón ni corazón, además de escudarse en el anonimato que procura un nik -a veces tan falso como las intenciones-, se permiten dañar y ofender.
Hoy no dejo un fragmento porque más allá de un rostro diferente hay una hermosura cercana, que merece contarse.
Hoy te ha tocado tocar la fibra sensible y lo has hecho con maestría, con ternura, con tu ordenador desbordando hermosos sentimientos y complicidad con lo diferente…
ResponderEliminarA ésto le llamo yo AMOR.
ABRAZOS,
Lola.
Precioso, Carmen. Y tan tierno y tan próximo y sincero que uno se enamora de tus palabras.
ResponderEliminarNo he tenido aún tiempo de ir leyendo tus fragmentos. Me he topado de buenas a primeras con esta entrada que me deja boquiabierta y de momento, así sigo. Espero que no vean muchos, jejeje.
Un beso muy grande
Con sus rasgos y sus rostros algo diferentes, muestran a diario al resto de los mortales sentimientos que no dejan a nadie indiferente. He tenido la gran suerte de ayudar en varios festivales benéficos para estas nobles causas y siempre hemos aprendido de ellos por su ternura, su cariño y generosidad sin límite.
ResponderEliminarAbrazos, Pilar
Lola, siempre el amor es capaz de inspirar bellas palabras.
ResponderEliminarUn abrazo.
Marisa, gracias por estar también aquí y me alegro enormemente de que te haya gustado este relato. Por aquí seguiré poniendo voz a los días...Hay motivos para llenar páginas y páginas.
ResponderEliminarUn abrazo enorme.
Y qué pena Pilar cuando alguien se permite despreciar a otro ser humano por verlo "diferente".
ResponderEliminarGracias por pasar por la voz.
Un abrazo.