Crónica del día. Siete de la mañana. Madrugar parece que
alarga los días, tan cortos como parecen, porque la sensación es que pasa la
vida como si tuviera prisa por pasar; y eso nos hace presentir que todo lo
debemos saborear más y mejor, para vivirlo. Por eso se agradece un nuevo
amanecer; ver la luz del sol acercarse al sueño aún no despierto del todo,
mirar a las calles, todavía silenciosas, que mantienen las luces encendidas y
permiten imaginar qué hay tras cada ventana abierta, para dejar salir al calor,
y que entre la mañana, aún fresca.
La imagen siempre es la misma, pero nunca igual. Porque aquí
todo se ve diferente. Día a día se repiten las horas, pero nunca los momentos.
Hoy me gusta, especialmente, la imagen del sol apareciendo, la quietud de los
pinos, el silencio de los gatos dormidos… Y mi avidez de captar la vida dentro
y fuera…
Sólo una milésima de segundo. La que va de hacer una foto al
cerro del reloj con el móvil horizontal y voltearlo para captar la misma
imagen, en vertical. Pero no; eso no ocurre. Lo que capta mi móvil da la razón
a mi relato; en un milisegundo, la imagen es la misma, pero no igual… No hay
truco, al menos intencionado. Aquí no hay IA ni intención de modificar nada.
Pero el cielo, el reloj, la impronta captada por la cámara de mi teléfono, capta lo que mis ojos no perciben… En la primera aparece como
una nube rodeando a las horas, en el clic siguiente, no está...
Quizá lo consulte a la almohada, esta noche, cuando vuelva a
revisar una y otra vez las fotografías del día, para que me pueda explicar la
diferencia. Mientras, sigo pensando que la magia, como los sueños, son una
realidad si así lo imaginamos.
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