La ironía de la vida
pasa, a veces, por desencantarnos al conseguir aquello que en otro tiempo tanto
anhelamos.
I
A Elisa la Navidad le
provocaba comezón. La primera que pasó fuera de su entorno familiar, siendo una
adolescente, fue el principio de muchas navidades solitarias y tristes. Ahora,
de nuevo, la nostalgia, un año más, se
presentaba vestida de fiesta. Las mejillas
se arrebolaban artificialmente para sentir calor y aparentar alegría con la
tristeza que aún arrastraba. Había escogido un vestido que le ayudaba a
enmarcar su figura de guitarra, mientras los muslos prietos, y las piernas de
caminante, se izarían sobre tacones imposibles para su ánimo.
Faltaban unos días
para su veinticinco cumpleaños. Llevaba unos meses en constante huida. Demasiadas veces preparó la maleta desde aquél
día que, por fin, había puesto punto y final a esa relación contaminada que tanta
amargura le había propiciado y que, por más que lo intentaba, no encontraba la
causa que había convertido la ilusión de
su vida en pareja, durante tres años, en
un amor infecto y maquiavélico.
Había escogido Madrid
para iniciar su singladura. Allí compartiría,
hasta ver qué derroteros tomaba su nueva situación, vivienda con su mejor
amiga, que, además, era prima. Barcelona ya no era la ciudad donde debía seguir.
En la Ciudad Condal había pasado los últimos años intentando recomponer el
puzle de su vida. Allí había vivido sus mejores sueños, pero también sus peores
pesadillas. Vendió el apartamento y, con la esperanza arrastrada por las
Ramblas, se despidió de aquel tiempo de luces y sombras.
II
Su piel, poco a poco,
había recobrado la tersura. La sonrisa,
era, de nuevo, quién mejor testimonio daba de su liberación. Se miró al espejo
por penúltima vez. El rizado cabello brillaba como el espumillón que pendía del
árbol de plástico, donde la estrella guía plateaba en la copa, con apagada luz
celestial.
— ¡Hasta luego! —Le
dijo a su compañera y confidente mientras ésta se desenrollaba los bigoudís de su cabello, para formarse
mechones rubios del nº 6.3.
— ¡Ay, nena, que
guapa te has puesto! ¿Pero, estás segura
que andarás bien con los tacones, son exagerados, no? Bueno, te quedan muy
bien. Me gusta cómo te has vestido, y maquillado; que siempre ibas con la cara
lavada desde que... Diviértete todo lo que puedas y, eso sí, luego me lo
cuentas; que ardo en deseos de saber qué tal te ha ido la primera vez que sales
de noche desde que viniste a Madrid ¡¡Um!! Hueles que alimentas; seguro que a
alguien le das ganas de comerte a besos.
— ¡Chao, mona! No sé
cómo te pones esas cosas en el pelo. Claro, que con esa cabecita loca... Con
razón se te lían tanto las ideas.
La calle bullía como
marabunta que formaba una capa densa, multicolor. Las luces refulgían dibujando
figuras alegres en los escaparates; que eran un reclamo para los días que se
acercaban brillantes, aunque su ánimo aún no refulgiera como deseara. Había
quedado con un grupo de compañeras de su nuevo trabajo, a una de esas cenas de
“despedida” del año que ya había llegado a sus últimos coletazos. No le había
costado encontrar trabajo, algo que agradecía a su buena estrella. Uno de los
mejores bufetes de abogados de Madrid, le había abierto las puertas, gracias al
curriculum que había conseguido en sus años al frente de la abogacía.
Cuando llegó al “Jazz
and Blues”…, el griterío era tal que le dieron ganas de girar sobre sus
tacones y largarse a casa. Calzarse las zapatillas mullidas, ponerse el pijama
de gatos sonrientes que se había traído en la maleta de las ilusiones, y
meterse en la cama esperando que la víspera de Noche Buena diera paso a una
buena noche, sin más… Pero, ya estaba allí. Sus nuevas amigas le sonrieron
mientras las sonajas de sus bisuterías tintineaban, llamándola.
— ¡Guapaaa! Te has
puesto despampanante. Esta noche la vamos a liar. Ya verás: mañana toca cena
familiar, pero hoy, va a arder Troya… Hay mucho tío bueno por aquí.
Sobre el velador las
copas rezumaban el frescor que la sala carecía. Tenía sed, pero no quería
beber. De hecho no lo hacía nunca, y no iba a ser esta noche la primera vez,
por muy Navidad que fuera, y por mucho tío bueno que hubiera, que, en
definitiva, ella los prefería cultos, que dan más juego.
Se dirigió a la barra
y pidió una soda con rodaja de limón. Para despistar, decía, como si fuera un
gin-tonic, que evitaría las risitas del grupo, tildándola de sosa y anticuada,
para el frenesí de la noche.
Cuando fue a tomar
asiento, el corazón le dio un vuelco y comenzó a galopar queriendo salir de
entre los pechos turgentes de pezones de chocolate.
—Hola… ¿Qué... qué
haces tú aquí? —Balbuceó frente a aquellos inolvidables ojos verdes.
—Sabía que vendrías.
Tu prima es amiga mía. Cuando me ha hablado de ti, he sabido que eras tú. No
podías ser otra. ¿Cuántas Elisa Reina hay en el mundo?
Tenía miedo de que él
oyera el ruido de su corazón. Que supiera todo lo que sentía por él desde que
aún iba a la escuela; cuando se cruzaban por la calle, mientras se dirigía al
Banco donde trabajaba, con aquél abrigo de botones dorados. Cuando creyó que
daría media vida porque él se fijara en ella. Porque fuera su amor eterno. Por
besar sus labios. Cogerse de la mano y caminar hacia cualquier lugar… Luego, el
destino le hizo encontrar al hombre que ella supuso era el de su vida. Hasta
que todo acabó, de la peor manera.
—Sabes, el mundo es
un pañuelo. Hace unos meses me trasladaron… ¡Cómo imaginar que aquí te
encontraría! No me lo creo. Esto es lo mejor que me ha pasado, Elisa, después
de tanto tiempo soñando contigo, con llegar a ti; desde que te veía delante de
mí con tu adolescencia caminando al colegio; y yo me decía que nunca te
llegaría a encontrar, cuando fueras la mujer que ya está robándome el aliento.
El espectro de Ed
Cobb se paseaba entre los dos con aquel “Tainted Love” que sonaba en la voz de
Gloria Jones, arrasando las emociones del momento; junto al deseo de salir
corriendo de allí para que nada les
robara el tiempo que ya era, seguro, para los dos.
Hablaron de todo, se
cruzaron miradas tiernas y sonrisas cómplices. Pensaron que, ahora sí: ahora
tendrían todo el tiempo para estar juntos, para siempre.
Pero otra vez el
destino se cruzó entre al velador donde descansaba el vaso con besos de carmín
y las huellas ansiosas de sus dedos.
Fueron a bailar…
Cuando volvieron a la
mesa, Elisa recogió su bolso, se puso el abrigo y, cogida de su mano, mirando
fijamente a los ojos de José Luis, le dijo, sin dudar.
—Lo nuestro nunca
será posible. No me preguntes. Pero ahora debo irme. Se me ha hecho tarde.
El exterior la cubrió
con el frío de la noche. Sin prisa, pero con paso firme, se dirigió a su
casa…Poco a poco, el aire se iba llevando su desilusión, su asombro… Tanto
tiempo enamorada de él; deseando que se hiciera realidad el sueño de estar a su
lado... y había bastado abrazarse a su cuerpo mientras la música los envolvía,
para saber que nada de eso sería posible.
Se metió en la cama.
Necesitaba dormir cuanto antes para no pensar… Pero no podía quitarse de la
nariz, —ni de la desdicha—, el olor fétido que aspiró, mientras bailaban, de los pies acelerados de José Luis.
Mari Carmen, ¡¡¡eres única!!!
ResponderEliminarEs final oliendo a azufre infernal en lugar de oler a gloria bendita, es genial.
Felices Fiestas...
¡¡¡FELIZ VIDA!!!
Un fortísimo abrazo,
Lola.
jajaja,Lola, pues si te digo que está basado en un hecho tal real como que me pasó a mí misma... Ese José Luis era un bombonazo que años después de "mi adolescencia caminando al colegio" me ligué, pero le cantaban los pies por jondo, bulerías y seguidillas... Y me desencanté... Y luego me salió este relato navideño... Gracias preciosa por estar siempre cerca de mis voces. Besos.
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