Salón de palabras

Bienvenido/a. Has abierto una puerta a un mundo mágico. La Voz de los Días tiene la facilidad de convertir la cotidianidad en sueños posibles, de hacernos ser lo que siempre hemos querido ser; volar con la libertad de un pájaro, dejar que la imaginación nos lleve a aquellos lugares que nuestro cuerpo no se atreve, o a veces no puede... En definitiva, ser nosotros. Leerme - me permito lector/a ser osada-, será para ti la prueba de que la Palabra consigue, y en este rincón especial al que has llegado, que poco a poco te quedes atrapad/a y no quieras seguir dando vueltas en busca de lo que ya has encontrado... En este libro cualquier sensación se parecerá más a un sueño que a una posibilidad. Ponte cómodo/a... Y si quieres conseguirlo, tus deseos son órdenes.


jueves, 23 de noviembre de 2017

MUJER ROTA (yo si te creo)


Escribo rodeada de gatos durmientes. El hombre de la casa también parece un gato, porque duerme. Yo, merodeo entre las fotografías  que fueron  testigo de algunos días a las que quiero cambiarles una fecha impresa para que no me muestren lo rápido que pasan los años. Como si en la vida fuera tan fácil borrar todo lo que pasó en todas las fechas en las que se han inmortalizado en nosotros el tiempo, los años y los acontecimientos.

Es noviembre. La calle aún no se atreve a ser del otoño.  O el otoño de la calle, porque a veces si importa el orden de  los factores.  Me temo que tengo que escribir, de nuevo, de lo que no me gusta. Pero es lo que tiene haberse erigido en la Voz de los Días. Si fuera a escribir uno de mis relatos en prosa poética, la carga de la prueba la pondría la lírica y siempre quedaría la duda de si cualquier parecido con la coincidencia es pura realidad… porque yo prefiero darle una vuelta a lo cotidiano y ya nunca digo que cualquier parecido con la realidad, es pura coincidencia. Y nada es casualidad.

El sol tenue nos recuerda que ya no es primavera, pero este otoño se niega a traer lluvia, aunque no evita demasiados llantos. Y da igual la estación del año en que nos encontremos, porque la realidad de la calle es nefasta y deja traspasar un frío aterrador bajo la calidez de los tejados.

Siento asco. Un hilo amargo me atraviesa la garganta. Con el reloj despertador, las noticias me llenan la mañana de injusticia. Al sentarme a la mesa, entre el ruido de las cucharas, siempre se cuela el lamento de la calle y el postre se degrada con el sabor salino de alguna lágrima que se  me escapa, avergonzada.  En la noche me pellizca el pan el reparto de la tragedia y me obliga a una digestión  lenta que me hace regurgitar más asco, todavía.
El solo hecho de escuchar la palabra “manada” y ver las patéticas fotos de barrigas tatuadas, calzoncillos que dejan clara la marca indeleble de la vergüenza con la que marcan a sus víctimas, y unos rostros pixelados como si fueran los de unos niños inocentes, me incrementa el asco,  mucho asco, sin remedio.
Feo papelón el de los abogados que en su minuta va el precio de la violación (aún hay que decir presunta) quíntuple. Y no puedo ni imaginar qué puede sentir una mujer que, pese a sus 18 años, para muchos aspectos de su vida aún pudiera sentirse niña y le hacen que sientan como una losa, ajada sobre su piel, sus pocos años. Y no quiero ni imaginar, por lo que tiene que pasar un día, una noche, una mujer aunque no se sintiera niña, que sale a vivir la vida y acaba sentada en un banco de la justicia teniendo que demostrar que bebida o no, con minifalda o no, con ganas de sexo o no…  cinco presuntos violadores no tenían derecho ni siquiera a rozarla con el pañuelo que llevaban al cuello, sobre todo, porque si el argumentado “iba borracha” “no se opuso” “cerró los ojos” “fue consentido” tuviera el más  mínimo indicio de posibilidad, ni siquiera por esas “debilidades” cinco presuntos violadores tienen perdón.

Una mujer cierra los ojos también para no ver lo que hace daño a la vista.

Una mujer bebe simplemente porque quiere. Yo bebo. Tú bebes. Ella bebe. Nosotras bebemos. Vosotras bebéis… Y aún bebidas, no vamos violando en grupo por los portales de ninguna Comunidad de Vecinos. A lo sumo, hemos entrado a los portales de la mano de aquel deseo a hacer el amor o simplemente disfrutar del placer que provocan la juventud de las hormonas. Hemos escondido a un chico debajo de alguna cama, cuando la madre entraba a nuestra habitación a dejarnos la ropa limpia. Hemos disfrutado en los reservados de aquellas discotecas que ya no existen. Nos hemos emborrachado cuando el alcohol ha hecho algo más que limpiarnos la herida de tantas caídas… Y ni siquiera enseñando las bragas por lo corta que nos hemos puesto la falda, llevamos colgado el letrero de “Soy fácil. Busco que me folles. Viólame”

Y a veces no podemos oponernos por miedo a lo que vendrá después.

Y a veces no podemos  dejar de consentir, porque en no hacerlo se han perdido, se pierden, cada día, demasiadas vidas. Y aquél día  pudo ser la de ella, si ofrecía resistencia, ante la fuerza de cinco hombres cinco, que la embestían como toros miuras; con perdón de la raza en la comparación.

Y es violación cuando no se da permiso para gozar.

Yo si la creo. Yo apuesto porque la Justicia lo sea. Yo si espero que un día ser Mujer no nos haga perecer en el empeño.

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